YEAR OF THE RAT

 
banneryearoftherat_Mesa de trabajo 1.jpg

Tengo esta idea muy inocente de que si existe vida inteligente allá afuera, si es que saben que existimos en este pálido y pequeño rincón del universo, la única razón por la que optarían por no erradicarnos es porque tenemos una capacidad singular para sublimar las experiencias humanas. Llamarle a “arte” al resultado de esta capacidad sería tal vez demasiado simplista, pero ciertamente hay algo conmovedor de saber que a pesar de todo lo terrible que tiene este mundo se pueden producir tantas cosas hermosas, terribles, conmovedoras, en tal variedad de disciplinas. Me gusta creer que a los ojos de una raza superior, esta podría ser nuestra carta de justificación aunque para esos seres todo lo que nosotros producimos sea sólo una curiosidad, una forma de entretenimiento cósmico (y es aquí donde todo parece inmediatamente hilarse con ese capítulo de Rick and Morty en el que la Tierra termina participando en un “America’s Got Talent” interplanetario).

Este cómic parte un poco de esta idea, pero también de la existente controversia en la comunidad científica sobre la pregunta de si sería inteligente lanzar mensajes al espacio desde nuestro planeta. El predominante argumento en contra plantea que transmitir desde aquí podría, de alguna manera, ser el equivalente a gritar en medio de la selva en plena noche: tal vez podría alguien llegar a ayudarnos pero posiblemente estemos sólo revelando nuestra ubicación, poniéndonos así a la disposición de cualquier depredador hambriento de nosotros o nuestros recursos. Esto, por supuesto, no ha evitado que enviemos paquetes de información y objetos personales, si no mal recuerdo el Voyager 1 incluye una grabación que incluye un “hola” dicho en múltiples idiomas junto con varios otros objetos que, en teoría, podrían proveer a quien los encuentre con un vistazo de lo que compone nuestro pale blue dot. Más tarde el director de cine y artista, Peter Greenaway, se burlaría de este hecho protestando que nadie le preguntó a él ni a nadie más qué tendría que componer los 77 kilos de contenido que representarían nuestro mundo, de ahí que decidió crear una exposición titulada 100 Objects to represent the world en la que se incluía, entre otras cosas, una ópera, la cual se reprodujo continuamente mientras estuvo abierta la expo.

Sumado al contenido del Voyager, ha habido múltiples transmisiones lanzadas al espacio, no sólo aquellas nuestros sistemas de telecomunicaciones expiran al espacio exterior (como esas transmisiones de televisión que regresan a la Tierra en la película Contact) sino también otras lanzadas con mucha mayor intensidad como un anuncio de Doritos que probablemente confundirá muchísimo a quien lo sintonice y, en 2008, la canción Across the Universe de los Beatles, con lo cual celebró su 40 aniversario y desde entonces se vuelve a transmitir cada que cumple 5 años más. Con esto último en mente y la extraña leyenda urbana de que las coronas dentales podían recibir señales de radio y hacer que uno sintonizara estaciones locales, traté de imaginar el momento en el que alguien, en algún planeta distante, recibe uno de nuestros extraño mensajes sonoros que denominamos como música y el efecto que este tiene sobre el receptor.

Para leer el cómic click aquí.